Después de varios días de estar
entrenando ya no era tan torpe con la espada, al menos los niños ya no me
hacían quedar en ridículo, respecto al escudo eso era otra historia, siempre
terminaba rompiéndolo lejos de mi o tronando lo justo en mis manos y no cumplía
para nada con su función, se suponía que lo usaría para defenderme, pero lo único
que ocurría era que terminaba astillándo me las manos, decidí que eso no era
para mí y tire al piso el último escudo que quedaba en el material de
entrenamiento.
– ¿Pero qué te pasa Dinora? –
Grito Talus muy molesto – ¡estás viendo
que no tenemos suficiente equipo y tú despotricando! – termino de gritar mientras acercaba su
rostro enrojecido y enfurecido hacia mí y me miraba como si quisiera
degollarme en ese mismo instante.
Yo estaba más harta que exhausta,
no quería estar ahí y no sentía que pertenecía a ese mundo, ¿con qué derecho
ese tal Talus, el enano ese de Guilmot y todos los raritos de este lugar
pretendían que los salvara, cuando nunca antes había estado aquí? Me preguntaba
constantemente lo mismo, ¿Con qué derecho irrumpen en mi tranquila vida?
– ¡Tranquilízate Talus! – dice
Albus uno de los asistentes de
entrenamiento, mientras le toca el hombro con serenidad –
comprende que es nueva en esto y que aún no recuerda mucho
–
¿y tú crees que Atalarrina también lo comprenderá no? – contesta aun enojado, tallándose la cara se
sienta en la arena y recarga la cabeza en las rodillas – no
tenemos oportunidad, Atalarrina y sus secuaces acabaran con todo.
– No seas tan dramático, no es
tan indispensable que Dinora sea una
experta con las armas, más bien necesitamos que tenga una relación lo más
cercana posible con sus dragones.
– ¿Y se supone que eso me va a
tranquilizar? – Se frota la cabeza mientras mira hacia el cielo, esperando un
milagro – ahora los dragones no se han aparecido y además las hembras se rehúsan
rotundamente a pelear.
–Calma Talus, ya encontraremos el
modo de defendernos
Mientras observaba la conversación
entre Talus y su asistente pensé en esos dragones, sus razones tienen para no
querer pelear, si son tan hermosas y al mismo tiempo tan imponentes, de un
plateado tan radiante, que necesidad de andarse peleando con la horrenda esa de
Atalarrrina y sus dragones, que han de estar igual de horribles que ella y
entonces….
– ¿Y si se van todos a vivir a mi
mundo? – pensé en voz alta, tan alta que todos los raritos que había me
voltearon a ver con ojos de pistola – bueno solo decía
–pero que ocurrente eres, vivimos
en mundos paralelos, nosotros no podemos ocupar espacio en tu mundo.
– ¡Puf! – me dio mucha tristeza, tenía
la esperanza de que todos ellos podrían huir de esa, refugiándose en mi mundo,
me senté en el piso, esperando que en cualquier momento me regresaran de nuevo
a mi vida normal, pero no sucedió, después me concentre en las dragonas, quería
verlas y estar con ellas, no me habían dicho sus nombres, pero yo sentía que
una de ellas podría ser “zirra”, me
concentre mucho en ese nombre y cerré los ojos.
–Vaya, hasta que haces algo bien –
dijo Raizul mientras se acercaba caminando al área de entrenamiento, al
escucharlo abrí los ojos y la vi, a esa preciosura de dragón
– ¿ya le haz puesto nombre
supongo? – pregunto Talus ya más relajado
– ¿Ponerle nombre? No, no sé cómo
se llama
–Tu les pones los nombres Dinora, recuerda son tus dragones – me dijo Raizul mirándome directamente a los
ojos, mientras masajeaba mi hombre, es la primera vez que lo veía contento, lo pensé
un poco –se llamara Zirra
En cuanto dije el nombre, ella se
acercó a mí y me empujo suavemente con su hocico, sentí una conexión muy
especial con ella, algo que no podía describir.
– Pues empecemos a entrenar –
ordeno Raizul quien miraba fijamente a Zirra – ya tuve demasiadas consideraciones contigo,
ahora volaras sobre zirra y las dos aprenderán a pelar
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